Todo debía salir según lo planificado, nada podía fallar. El plan era bien fácil: levantarse temprano por la mañana, antes de que salga el sol, empaquetarse los macutos a la espalda y dirigirse a la estación de autobuses. Nuestro autobús partía a las 7:30.
El día anterior, indagamos en aquella ajena estación de autobús búlgara, con sus indescifrables carteles escritos en un correctísimo cirílico, en qué zona de la estación debíamos comprar nuestros billetes para Belgrado. Conocíamos, además, el nombre de la compañía, todos los horarios posibles e incluso el precio del billete. Nada podía fallar.
Con exactitud de reloj suízo llegamos a la estación minutos antes de las 7:30. Advertimos, desde la distancia, numerosos pasajeros que se resguardaban del frío esperando entrar en el autobús. De pronto el conductor abrió las pequeñas puertas de aquel pequeño autobús, y billete en mano los pasajeros comenzaron a entrar de uno en uno.
Buscamos apresuradamente la oficina de Matpu, la compañía de autobuses que debía llevarnos a la capital serbia. Localizamos rápidamente la oficina, pero por desgracia parecía regirse por costumbres españolas, teóricamente abierta pero nadie dentro atendiendo.
Volvimos a la dársena de nuestro autobús, y pedimos un billete directamente al conductor, que nos urge a comprarlo en la oficina, que ya sabíamos además que estaba cerrada ¿Dónde habrán comprado el billete estos búlgaros...? Ya son las 7:30, y el tiempo apremia. El conductor nos tranquiliza diciendo que esperará por nosotros. Nueva búsqueda y mismo resultado: sin billetes. Volvemos a la dársena y para nuestra sorpresa, el autobús se había marchado. A lo lejos, nos pareció oir unas estruendas carcajadas y chirriar de ruedas...
Tras nuestras previas poco fructíriferas búsquedas, nos lanzamos al método de prueba y error (o try & fail). En nuestro primer intento de acecho a una oficina aleatoria, la dependiente nos dirige a la oficina 56 para comprar tickets para Belgrado. 53,54, 55...56! vaya pero si es la cafetería!
En frente de la cafetería, observamos una oficina que tiene colgado un cartel de información turística en su parte superior. A mí me da mala espina ¿una oficina de venta de billetes y de información turística todo en uno? Aquí de lo que se trata es de hacer caja, y cualquier método vale. No hay nada como haber sufrido décadas de férreo comunismo como para ser un auténtico zorrón a la hora de hacer negocios, y de esto los chinos saben un rato, por eso yo ya estoy curado en salud...
Por si acaso, y porque preguntar es gratis, decidimos entrar y salir de dudas. Para nuestra sorpresa, habíamos dado en el clavo, y en sólo dos intentos, no está nada mal...Rápidamente la dependienta, en un inglés más o menos decente para tal como está el patio en Bulgaria, se apresuró a pedirnos nuestros pasaportes y expedir nuestros billetes.
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Sorry, I made little mistake, I wrote Bucharest, but you are going to Belgrade. Nos comunicó la amable oficinista.
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It's OK (but I guess you'll correct it). Asentió Servando, y creo que los dos pensamos que lo corregiría (finalmente no lo hizo).
Para no cometer el mismo error, la amable señora se encargaría de escribir el destino de mi billete en indescifrable cirílico, más por la caligrafía que por el cirílico.
El autobús salía a las
9:50, curioso horario porque según la página web de la
Estación Central de Autobuses de Sofia, sólo parten autobuses para Belgrado a las
7:30,
9:00 y
16:00. Sospechoso...Otro detalle que hizo aumentar mi desconfianza fue el que la oficinista me perdonara
10 stotinski (céntimos de leva). Como ingenuo turista, me conformaría con pagar los precios reales de las cosas...
Como ibamos sobrados de tiempo, nos fuimos a tomar un café o cualquier cosa que saliese de la máquina expendedora de cafés al pulsar un botón de forma aleatoria. Malo será que en una máquina de cafés no te salga algo que al menos lleve un poco de cafeína.
Pululando por los asientos de la estación se encontraban dos señoras mayores, madre e hija, con un buen lote de maletas, y su hijo un poco travieso que no paraba de revolotear y agarrarse a la falda de su madre. Es lo que en definitiva todos conocemos como un niño
tocapelotas. Si a la suma del hambre, sueño y mosqueo por lo del bus le sumamos el mortífero ingrediente del niño tocapelotas, lo que obtenemos es una auténtica bomba explosiva.
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Joder para el puto niño de los cojones, ya podía parar quieto.
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Te juro que la próxima vez que pase para aquí le meto una patada en el culo que lo mando a Krakovia!
Nuestra ociosa imaginación comenzó a elaborar numerosos improperios, más por aburrimiento que por enojo, a cada vez cual más ocurrente.
De pronto, la madre del niño nos miró con extraña curiosidad y dirigiéndose a nosotros nos preguntó:
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¿Sois españoles? Yo llevo 4 años viviendo en España, y ahora regreso a Bulgaria con mi madre y mi hijo.
Menos mal que la jerga barriobajera y una considerable distancia de 4 metros son escollos lo suficientemente importantes como para hacer cualquier tipo de conversación inaudible e incompresible. Moraleja: nunca hables mal de nadie, porque nunca sabes quien pueda andar al acecho, o en todo caso, habla bien o aprende a injuriar con estilo.
Punto y aparte, volvamos a nuestra historia. Una vez terminados nuestros cafeses (segunda moraleja, si no te la quieres jugar pide siempre un
capuccino, es el mismo palabro y el mismo café en todos los idiomas del mundo), volvimos a la oficina a recoger nuestros billetes, pasaportes y dirigirnos al autobús.
La amable oficinista nos acompaño a la dársena. De camino nos comentó que realmente el autobús, no para en Belgrado pero pasa por allí. No había de que preocuparse, ella misma le comentaría al conductor que nos dejase en Belgrado (sí señora, no hace falta que nos lleve a un punto conocido de la ciudad, tal como la estación de autobuses, cualquier punto de esta metrópolis serbia de 15 km de radio nos servirá...)
Metidos en el autobús y libres de cualquier tipo de preocupaciones, aprovechamos para echar algunas cabezaditas durante las 7 horas de distancia que separan la capital búlgara de la antigua capital de la extinta
República de Yugoslavia.
Pasadas las estrictas 7 horas, y algunos minutos más, llegamos al radio esterior de Belgrado. Al fondo el río
Sava, el
estadio deportivo, el segundo más grande de Europa y el más grande de los Balcanes. Como cualquier capital de un gran país, la ciudad parece de considerables dimensiones. Me recuerda a la entrada en Madrid desde la M-30, más larga que un día sin pan. Atravesamos kilómetros y kilómetros, esperando que el autobús haga algún cambio de sentido y se dirija rumbo al centro de la ciudad para dejarnos en la estación de autobuses.
El conductor no desvía su trayectoria, y va dejando, poco a poco, la capital atrás, siguiendo su rumbo constante hacia algún lugar desconocido. Nuestra desconfianza crece a cada metro que avanza el autobús. Finalmente, nos decidimos a buscar algún rostro conocido a quien preguntar, la chica que recoje los pasaportes tal vez...Ya no está, y tampoco veo a su novio. Nuestra única opción: preguntar directamente al conductor, cuyo rostro a todo esto me resulta sorprendetemente desconocido. Sé que no habla inglés, pero dos se entienden si uno quiere:
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Are you going to stop in Belgrade? Pregunto inquisitivamente. Él no se inmuta. Grave error, frase con verbo, sujeto y predicado. Demasiado compleja. Reformulo la pregunta:
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Belgrade, stop. My ticket to Belgrade.-
Belgrade (y apunta hacia atrás con su mano, como diciendo:
Belgrade, a tomar por culo!)
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Me and my friend, ticket to Belgrade. Belgrade stop. Ticket to Belgrade! Le martilleo la cabeza con la manida frase, y aderezo mis aseveraciones con un ligero tono de desesperación. Al rato me vuelvo a mi asiento.
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Este hijo de puta se ha pasado Belgrado, le comento a Servando.
Poco después el conductor para el autobús a un lado de la carretera, y se baja. Yo me bajo con él.
Él habla búlgaro y yo hablo inglés, pero nos entedemos. Es bien fácil, nosotros ibamos para Belgrado, pero él no lo sabía. La oficinista le dijo al conductor que nos parase allí, pero él no era tal, sino el substituto del conductor original, que se había bajado en la última parada para descanso. La cadena de comunicación se había roto. Está claro, tres no se entienden si uno no quiere.
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Belgrade. Y vuelve a apuntar con su mano hacia el infinito.
No puedo dar vuelta, descifra Servando, al hacer el tío un gesto circular con su mano.
Only 3 kilometers, apostilla.
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Tres kilómetros, eso nos es mucho. Pienso yo.
Ingenuo de mí...Dos años de acomodada vida occidental han atrofiado mi instinto de supervivencia, volviendome dialogante, paciente y comprensivo. En
China, cada negociación es una lucha y tú siempre pierdes, de lo que se trata es de perder lo menos posible. Debí haber apretado más, pero hasta discutir ahora me molesta. Nos dejamos engañar ingenuamente por el caramelo de los 3 kilométros. Lo que quería en ese momento el avispado conductor era librarse del gran marrón en que se había metido, aunque si bien es verdad que nuestra posición, dos paletos con maletas en medio de ninguna parte y a los que nadie alcanza entender, no era la mejor para forzar la máquina.
Caminamos por la autopista, por la parte interior de la calzada. Ya había caído el día, y pronto llegaría la noche. Los tenues rayos de luz, que aún quedaban , nos permitían divisar el camino, pero tras varios centenares de metros recorridos, la deslumbrante luz de los coches que venían de frente se convirtieron en nuestra única fuente de luz.
Servando, la aventura es la aventura Tras algo más de 1 kilómetro, y con las mochilas a cuestas, divisamos a lo lejos, atisvos de civilización. Una calle iluminada en medio de la oscuridad. Sí o sí, seguiriamos aquel camino, que con fortuna llevaría a Belgrado. Las señales de tráfico así lo indicaban.
Por la carretera provincial, Milicija no es un topónimo, es el nombre que recibe la policía militar serbia. Falsa pista!
Siguendo aquella larga y recta carretera provincial, dislumbramos desde la distancia un camión de guerra de la
Cruz Roja. Dada la situación, no había lugar para la timidez. Si había alguien dentro, había que preguntar. Además siendo de la Cruz Roja, con casi toda probabilidad hablaría inglés.
Efectivamente, pudimos ver a una persona agazapada en el asiento del conductor. Golpeamos el cristal de la ventana y él abrió la puerta acto seguido con total confianza. Con la esperanza de que el conductor se apiedase de nosotros, le preguntamos cuánto nos faltaba para Belgrado.
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How long to Belgrade, walking?Su cara, a medio camino entre la sorpresa y la incredulidad, confirmó nuestras infundadas sospechas. Nos faltaban 20 km!!! En ese momento creo que Servando y yo nos acordamos de la madre del conductor del autobús y de todos sus ancestros, y no para bien.
Afortunadamente, el afable conductor de Cruz Roja, nos comentó que había una parada de autobús no muy lejos de allí, a 500m (esta vez la medida era a escuadra y cartabón) que nos podría llevar al centro de la ciudad. El número afortunado era el
706.
Tras una leve espera nos montamos en el ansiado bus. Dentro conocimos a una amable chica que nos indicó cómo llegar a
Slavija Square, desde donde podríamos alcanzar nuestro hostal. La chica, muy gentilosamente, nos dió todo tipo de indicaciones, y aun charlamos un buen rato (Servando fue quien llevó la iniciativa, todo sea dicho)
No recuerdo su nombre, pero este ángel nos salvo la vida, normal que quisieramos sacarnos una foto con ella! Autobús 83, camino al paraíso... Como si todo debiera salir a pedir de boca, Servando encontró el hostal fácilmente. Llegamos a aquel hostal,
Happy Hostal, y pensé que había llegado al paraíso, por fin sano y salvo. En mi cabeza resonaban palabras que alguna vez leí o escuche:
"A lo largo del camino, siempre habrá gente de buen corazón". Gracias a todos ellos!